lunes, 24 de octubre de 2005

Iván S. Turgueniev


Cierto es que el hombre superfluo, desde su imponente dominio de las letras decimonónicas rusas, se acercó en más de una ocasión a mi curiosidad. Creo que la Rusia del XIX es sin duda, una de los conjuntos espacio-temporales que más me fascinan. A veces, pienso que realmente existe la reencarnación, o al menos las almas gemelas, que se relacionan por un algo, a través de los siglos y kilómetros. En esos momentos estoy seguro de que viví en el siglo XIX, no sé si en Rusia o en Inglaterra, pero se que yo estuve allí. Todo me es demasiado real, demasiado próximo. Seguramente se deba a que mi espíritu esté más cercano a los hombres de aquella época. A lo mejor simplemente, es que me hubiese gustado ser un rico terrateniente de Oxfordshire o el dueño de un precioso palacio en San Petesburgo...
Pero lo que no puedo negar, es que siempre vuelvo al XIX, y que conste que para mi el XIX se acaba en 1914. Empieza en 1815, aunque el siglo XVIII ya muestra sus dulces aromas en mi pequeño viaje astral. Siempre se ha comentado que cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo no lo creo. No creo que pudiese vivir en una época sin ducha o sanidad pública, pero el ver cómo era esa gente me fascina. Cómo la época que les había tocado vivir les formaba, les convertía en un tipo de personas tan lejanas a nosotros. Si el mundo ha cambiado desde entonces en el aspecto científico y tecnológico, más diferentes me parecen los hombres de ahora de los que habitaban la Europa del XIX.
En los momentos de duda, siempre está Dickens, Tolstoi o Rimbaud para alimentarme. Byron, Shelley y Dostoievski se juntan con Clarín o Zola y releen a Walter Scott o a Defoe. Todos se apoyan unos en otros.
¿La juventud rebelde del 68? Como comparar a los revolucionarios de 1968 con los de 1830 o 1848. Acaso es lo mismo salir a la calle en un París demócrata que en una Italia por construir, en una Grecia bajo dominio turco, y ya no digamos en una Polonia controlado por la Rusia zarista... Cada vez valoramos más lo invalorable y dejamos olvidado lo excepcional. Rimbaud decía que su aspecto exterior solía reflejar su estado emocional. Pues si eso es cierto, estamos cada día más cerca de la Europa superflua.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Aunque parece claro que el peso del cerebro guarda relación fundamentalmente con las dimensiones corporales y no con la inteligencia, algun gilipollas consideró oportuno que en la carrera estudiásemos que el cerebro de Turgueniev pesó aproximadamente 2000 gramos (cuando la media debe de rondar los 1400). Ese es aproximadamente el mismo peso que el Dr. Aso de Big Brain Academy para Nintendo DS proclama ufano que tiene el suyo.

¿Termina el siglo XIX en 1914? ¿Por qué no en 1917? Y no lo digo por la Revolución Rusa sino por esto.

10:42 p. m.  
Blogger danityla said...

La anecdota del cerebro es cojonuda.
El siglo XIX termina en función de en que te bases para valorarlo.
Aun así creo que en cuestiones de artísticas, esto. pone fin al siglo.

10:51 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

De acuerdo, quizás el XIX terminó en 1907 con Las senoritas..., pero eso no implica, necesariamente que el XX, naciera el mismo ano: yo sostengo que el XX esperó a Duchamp.

Por cierto, en cuestiones de arte, la postmodernidad es esto.

10:45 a. m.  

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