martes, 17 de enero de 2006

Potter! (o como viajar al fondo de la imaginación en el 2006)

Siempre tendí, supongo que por un claro defecto de atención, a refugiarme en lo que se conoce como "mundo interior". Tampoco creo necesario justificar mi comodidad y vaguedad a la hora de reconocer mi habitual presencia en mi "otra dimensión" en vez de en la situación en que me encontraba en ese momento.
Las novelas de aventuras siempre me han parecido las más dificiles de escribir. No soy escritor. No aspiro a serlo. No conozco a muchos de ellos con los que hablar el tema. Pero si creo que son las más dificiles en todos los aspectos. Al fín y al cabo, la aventura es la base de la novela. Los libros se escriben, entre otras muchas razones -pero por encima de todas ellas-, para relatar una historia que lleve al lector a formar parte de ella. Y, generalmente, el 90 % de los lectores prefieren vivir una aventura.
Los grandes clásicos de la literatura de aventuras dominan sobre todos los escritores posteriores, con una maestría absoluta. Tal vez se deba a que las bases para una buena aventura ya están establecidas y nadie ha sabido romperlas. Pero aun así, a veces, cada cierto tiempo, algún autor da con la fórmula. Y sin que te lo esperes, al igual que millones de lectores en todo el mundo, decides pasarte un curso, o dos o seis en un internado para magos llamado Hogwarts, conociendo sus pasadizos, yendo a las clases, intimando o enfrentándote a tus compañeros y profesores y aprendiendo a ser un mago. En fin, deseando no haber nacido muggle...