miércoles, 26 de octubre de 2005

Scotland


Hace dos años, un viaje perfectamente planeado, de dos semanas de duración, se truncó por falta de tiempo y dinero. Escocia parecía tan cercana, y de repente se volvió a alejar. Hay millones de sitios a los que pretendo viajar. Escocia es el primero. Siempre lo ha sido. Hoy, desde un aburrimiento extremo que me invade en el trabajo he decidido que iré cueste lo que cueste. Al fín y al cabo, la vida son dos días, ¿o eran tres?
Por otro lado, la marea de grupos de las islas empieza a ser inabarcable. A los ya conocidos trabajos de Coldplay, Oasis, Embrace, Keane, Kaiser Chiefs, Razorlight o Kasabian, acabo de unir descubrimientos como Mäximo Park o Athlete. Demasiado para mi sueldo (dios salve a las redes P2P). Algún día hablaré de la música bajada por internet. Pero puedo adelantar, que nunca, en toda mi vida me he comprado más cds y dvds que ahora. Y el hecho de poder bajarmelos antes (sobre todo los primeros) me ha ayudado mucho. Además nunca me quedo con lo que me bajo. La calidad del mp3 es una mierda. Por mucho que la gente flipe, escuchar mp3 es algo molesto, sobre todo con cascos, y ya no digo nada si la grabación es de un directo con aplausos, entonces el siseo de las palmas se te mete hasta el ano. Eso si, el ataque absoluto a las libertades de los individuos que estimula la SGAE cada vez que abre la boca saca, como decía una amiga de N, el pequeño terrorista que hay en mí.

lunes, 24 de octubre de 2005

Iván S. Turgueniev


Cierto es que el hombre superfluo, desde su imponente dominio de las letras decimonónicas rusas, se acercó en más de una ocasión a mi curiosidad. Creo que la Rusia del XIX es sin duda, una de los conjuntos espacio-temporales que más me fascinan. A veces, pienso que realmente existe la reencarnación, o al menos las almas gemelas, que se relacionan por un algo, a través de los siglos y kilómetros. En esos momentos estoy seguro de que viví en el siglo XIX, no sé si en Rusia o en Inglaterra, pero se que yo estuve allí. Todo me es demasiado real, demasiado próximo. Seguramente se deba a que mi espíritu esté más cercano a los hombres de aquella época. A lo mejor simplemente, es que me hubiese gustado ser un rico terrateniente de Oxfordshire o el dueño de un precioso palacio en San Petesburgo...
Pero lo que no puedo negar, es que siempre vuelvo al XIX, y que conste que para mi el XIX se acaba en 1914. Empieza en 1815, aunque el siglo XVIII ya muestra sus dulces aromas en mi pequeño viaje astral. Siempre se ha comentado que cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo no lo creo. No creo que pudiese vivir en una época sin ducha o sanidad pública, pero el ver cómo era esa gente me fascina. Cómo la época que les había tocado vivir les formaba, les convertía en un tipo de personas tan lejanas a nosotros. Si el mundo ha cambiado desde entonces en el aspecto científico y tecnológico, más diferentes me parecen los hombres de ahora de los que habitaban la Europa del XIX.
En los momentos de duda, siempre está Dickens, Tolstoi o Rimbaud para alimentarme. Byron, Shelley y Dostoievski se juntan con Clarín o Zola y releen a Walter Scott o a Defoe. Todos se apoyan unos en otros.
¿La juventud rebelde del 68? Como comparar a los revolucionarios de 1968 con los de 1830 o 1848. Acaso es lo mismo salir a la calle en un París demócrata que en una Italia por construir, en una Grecia bajo dominio turco, y ya no digamos en una Polonia controlado por la Rusia zarista... Cada vez valoramos más lo invalorable y dejamos olvidado lo excepcional. Rimbaud decía que su aspecto exterior solía reflejar su estado emocional. Pues si eso es cierto, estamos cada día más cerca de la Europa superflua.